Es común escuchar en nuestro país que tal o cual persona
es de tal o cual partido, que alguien es priista, panista o perredista. Pero a
diferencia de democracias maduras donde la pertenencia a algún partido político
refleja ideales, proyectos sociales y económicos, en México no quiere decir más
que la pertenencia a una organización a través de la cual se puede lograr un
fin personal.
Con honrosas excepciones, pertenecer en distintos niveles
a un partido político en México es insertarse en el camino hacia distintos
niveles de poder; es una manera de ganarse la vida, es de hecho un estilo de
vida que de acuerdo a Denise Dresser fue creado por el PRI -el estilo de vida
PRI- pero que actualmente se extiende a la mayoría de partidos políticos.
En una democracia propiamente dicha, se pueden enfrentar proyectos económicos y políticos a través de
partidos claramente definidos. Así por ejemplo, podemos encontrar en una
elección a las opciones conservadoras, nacionalistas o hasta de extrema derecha
o las opciones progresistas, liberales o hasta de extrema izquierda o cualquier
otra posición dentro de las distintas líneas de pensamiento político. Al final
la población, con buenos niveles de entendimiento, podrá decidir.
En México, sin generalizar, la
representatividad ideológica que se logra a través de un partido político no
existe. Lo que sí existe es la representatividad pero de intereses personales o
grupales. Así tenemos que el supuesto
partido de derecha hace alianzas con el supuesto partido de izquierda, para derrocar al supuesto partido de centro (con supuesta tendencia
a la izquierda). Es, en alusión al mundo empresarial, simplemente una estrategia de mercado donde pese a que
perduran ciertas imágenes de marca (partidos políticos) en los clientes (ciudadanos)
es válida la realización de un “joint venture” (coalición) para repartir
riesgos y beneficios.
Todos estos supuestos ideológicos son claramente
cuestionables cuando por ejemplo, vemos que el gobierno del partido de “derecha”, que tuvo en sus manos un
cambio definitivo durante doce años, es el que más aumentó el déficit público con
respecto al PIB llegando a un 36.8% en el 2012 como consecuencia de un amplio
gasto para llevar “seguridad social universal” a la población así como amplios programas
de asistencia social cuya efectividad final puede ser ampliamente debatible.
Por otro lado, el único partido que tiene permitido llevar
los colores nacionales, cuando debería permitirse o prohibirse a todos por
igual, el partido que surge de la revolución con la bandera social al frente,
es el que se estanca 71 años en el poder y genera la mayoría de los vicios
políticos vigentes. Dicho partido, actualmente de nuevo en el poder, heredero del nacionalismo revolucionario, es quien
fomenta reformas de flexibilización del trabajo y de inversión privada en la
empresa nacional más grande y fuente casi única de ingresos nacionales, PEMEX.
Y el partido de izquierda más grande, junto con sus
satélites políticos, que ni juntos terminan de elaborar proyectos claros y
definidos; realizan alianzas con el partido de derecha con objetivos que se
entienden más en términos de ambición política que de impacto social.
Pese al partidismo vacío, la imagen de las tendencias
políticas sigue ahí. Y si el proyecto de
derecha propone seguridad y asistencia social pese a un aumento en el déficit
público…no pasa nada, pero si un verdadero proyecto de izquierda propone lo mismo,
sustentado no en el aumento del déficit público ni en el aumento de impuestos,
sino en la austeridad gubernamental, en los recortes al indignante gobierno
faraónico, en reformas fiscales realmente progresivas, en proyectos empresariales dirigidos desde la misma cúpula
empresarial (pero la legitima, la trabajadora y legal, no la corrupta e inconsciente); es
tachado de irreal, asistencialista y populista en sentido peroyativo.
Así mismo, si en su proyecto el antiguamente paternalista y viejo partido oficial, el PRI, propone aumentos en el salario y disminución de precios en los
servicios públicos, pese a que pasa lo contrario en la realidad, y va de casa
en casa a firmarlo en servilletas, puede ser todo menos populismo.
En nuestro país, hace mucho que dejó de valer el
partidismo. Pese a que hay casos
loables, el ser perredista, priista o panista es, en su mayoría, claramente circunstancial
o por mera tradición familiar donde hablar de partidismo es como hablar de
hinchadas de equipos de futbol.
Es por ello que en México el partidismo debe de pasar a
segundo, tercer o último término y lo que debe de valer es el proyecto económico,
político y social de una persona. Ante la maraña de intereses individuales y
sectoriales inmiscuidos en los partidos políticos, ante este modo de vida
politiquero (cada vez más desenmascarado con el avance de los medios
alternativos de comunicación), no nos queda otra que focalizar la atención en
la figura política individual, ya que aunque sea difícil de creer, sí existen
personas con legítima vocación de servicio público; hay que revisar su carrera, sus ideales y la
congruencia con sus acciones, así como considerar a su equipo y el proyecto
propuesto.
Y pese a que los márgenes
de error nunca podrán desaparecer, si podríamos reducirlos. De esta forma, a
través de este filtro, de este enfoque hacia un proyecto personal, por lo menos
podremos identificar de mejor manera a quienes realmente nos representarían en
el poder y a quienes harían buen uso de él.
Aunque la reestructuración completa de nuestro sistema
político se compone de mil elementos más desde arriba, desde la élite política
y desde abajo, desde la misma sociedad; no estaría mal por empezar teniendo a
un legítimo representante ciudadano infiltrado en las altas esferas públicas.